domingo, 30 de septiembre de 2007

Shopgirl, revisitado.


Unos nervios razonables pero irracionales hacen que ella despierte a mitad de la noche completamente atribulada. El martes irán a ver una película y no sabe cual proponer. De principio, ya se ha planteado renunciar a su elección ya que no quiere morir de éxito o ridículo.

En el interior de su cabeza reproduce en una tabla con cuatro columnas y diez filas, los cuarenta resultados distintos que ofrece el final de una cita. Todos ellos, obtenidos tras la aplicación de los cuatro modelos de conducta habituales, a los diez escenarios comunes en un encuentro entre dos con posibilidades: confianza, nerviosismo, empatía y sublimación espontánea. Una película de Steve Martin guionizada por el mismo es una opción acertada, pues su combinación de ternura y humor inteligente, asegura en el orden de cuatro a diez resultados favorables, incluso, en la columna “confianza”. Una vez tuvo una historia que siempre desembocaba en la ansiada columna, pero ella sabe que no es por tendencia a escoger películas inapropiadas ya que siempre que intenta rellenar la tabla termina con dolor de cabeza, y aunque los demás no lo vean así, es una chica práctica y moderadamente romántica los domingos.

Y es de advertir también, que no siempre la funcionalidad nominal de la columna se corresponde con la virtualidad práctica de los resultados. Así, una relación prolongada en años y forzada en la tolerancia puede sostenerse perfectamente en un diagrama xy de prospera recta o en fotografías digitales de generosa definición. Por el contrario, el chico que trabaja dos mostradores a la derecha de ella, no detenta ninguna posibilidad latente. Sin embargo, es paciente con el publico y significativamente resuelto en ocasiones. Cuando él peina la planta en largas zancadas a la busca de un supervisor o bien, a fin de reponer un producto agotado, ella puede verle entregado y pleno. Asume el papel de extrema cortesía sin aspavientos y cree cuidarla o al menos vigilarla, cariñosamente preocupado.

Él también puede verla entregada y plena cuando peina la planta en pequeñas y encantadoras zancadas. Indiscutiblemente resuelta en el desempeño de su trabajo y solidaria con los demás como no se conocen dos, le gustaría invitarla a salir. Ir a un sitio, lejos de la planta, donde después de abrirle la puerta poder retener su olor durante más de tres segundos. Donde pueda mirarla sin interferencias y sin miedo al desastre. Donde pueda saber de sus cosas de otra manera. Podría llevarla de paseo el día que muere el otoño. Entre los frutales centenarios ha sido testigo en algunas ocasiones de un suceso extraordinario, no sólo porque poca gente lo conoce sino porque es realmente llamativo. A media mañana, cuando las hojas cansadas y cumplidoras llueven sobre la hierva recubierta de manzanas, el campo se transforma en un imponente palacio natural de ocres y verdes. Entonces, si tienes la suerte de que los rayos de luz venzan la blanca película de la niebla, el sol prende el rocío y la fruta que paciente espera servir de abono, recupera su reflejo amarillo. Justo ahí emergen las abejas, que como una nube dorada y protectora conectan a cada árbol en un milagroso reporte de energía. Ellas saben que les dio la vida a puro de arrojar manzanas que no podían servirse en la mesa. El favor se lo devuelven de esa manera. Y quizás le arrancaría otra sonrisa, otra que guardar como hace con todas las suyas. No está mal para un chico que es como un niño con serios problemas de relación.

Mientras tanto, ella continua con su diatriba. Parece que va a escoger la cinta del cómico de pelo blanco. Ello le va a permitir aferrar dos o tres comentarios ocurrentes al hilo de la pericia novelesca del susodicho. Es un dato desconocido y a ella le encanta hacerlo saber porque hay pocas cosas de las cuales una puede estar segura y esa es una de ellas: alberga sanas esperanzas de que en unos diez años puedan otorgar el premio Novel a Steve Martin. Está afirmación, dicha con gesto amable no genera un desconcierto irónico sino ocho resultados favorables en las columna “empatía”. En otras ocasiones ha probado varios resortes con lo que vincular esos ocho resultados pero ninguno de ellos a germinado oportunamente. Por el contrario, no hay posibilidad de fallo con una aseveración tan rotunda. Quizás él conozca si retransmiten la gala por televisión al igual que hacen con los Oscars. Si lo hacen, le gustaría calzarse en su sofá y saborear ese momento brillante mientras disfruta de su estampa de pionera bondadosa.

Ahora, debe vaciar su cabeza y dormir esforzada. No hay ninguna película ni tampoco libro, que tras su posterior procesamiento arroje más de un resultado favorable en la cuarta columna, pues como si fuera un laberinto trazado con setos y flores que requieren ser admiradas, ha olvidado la verdadera finalidad de encontrar una salida en ese entretejido de situaciones cotidianas. Parece terrible pero no lo es tanto para una chica acostumbrada a tratar con una clientela tan dispar. Esa noche, augura una luz sanadora y cierta desconfianza en las matemáticas.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Las mismas intenciones.


Vi a Peter Bogdanovich haciendo de gangster. ¿Te quedarás conmigo? Por favor, lo vi pero no quería. Entiéndeme, no pasaban nada por la tele. No hacían cosas que pudiéramos comentar y de las que extraer ideas interesantes. A ti te gusta lo mismo que a mi pero no había nada sobre lo que discutir y por eso lo vi, te lo prometo. Venga, quédate y ábreme las piernas. Salía esa actriz que te pone tanto. Quizás quieras pensar en ella. Soy morena y también tengo una peca en la mejilla. Soy parecida: más que andar, troto los diez metros lisos de soledad en mi sala de estar. Lo hago de madrugada y de mañana, cuando duermes exhausto y cuando te haces notar como un extraño. Fíjate que hoy me he pasado un poco. Un poco, nada más. Pero sigo trotando para ti. Qué bonito que podamos compartir tantas cosas aunque cuanto cunde esta decepción.

El sábado pasado, cuando vimos en el cine esa película china sobre la necesidad humana de romper con lo inmutable, todo el mundo se estremecía. Los largos silencios y las palabras afiladas y acicaladas tenían como pretensión dejarte con las manos llagadas. Tú, sólo te quedas con lo bueno. Esas simas que supuran sangre. Que hay de lo otro. De lo erróneo, de lo inadecuado, de lo ridículo, de lo cobarde. Y quien era esa chica de camiseta gris y pantalón verde. La recuerdo de cuando fuimos a ver a Dominique A. Su cabello corto y castaño la hacían irresistible y gemía y musitaba entre risas de plata. Era una rosa negra y tu eras un pequeño busto parlante. Estaba más pendiente de la barra que de otra cosa y yo estaba más pendiente de ella que de ti. Casi muero sepultada bajo un ritmo sincopado.

¿Por qué tardaste tanto en volver del baño? El acomodador terminó por mirarme mal. Lo mismo debió pensarse que me quería colar para volver a ver este suspiro oriental envuelto en papel de regalo. Cuando era pequeña, fui a ver con mis padres Los Intocables de Elliot Ness. Llegamos tarde y no supimos que una tienda había sido reventada por una bomba. Un conocido que trabajaba en la sala insistió en que volviéramos a entrar en la siguiente sesión para así poder ver el comienzo de la película. El principio de todo no era el principio de nada y el fuego y los cristales, asolaban el fotograma ante decenas de rostros expectantes. Mi cara se iluminaba por la explosión pero eso no significaba nada. Ni siquiera que te iba a conocer. Otra vez. No te mosquees pero no sé que mierda me estas contando. ¿Qué son esos libros? ¿Un “maldito” de los años cincuenta cuya obra se recupera en una edición inmaculada? Era homosexual y lúcido. Un buscador pleno en las arenas tenebrosas de la vida. ¿Dónde vas a ir con esto? Al fondo de mi pecho o a mi sexo de mermelada. O es que acaso quieres regar mi espina. Tienes tan pocas opciones que casi creo que te veo venir.

Ya sé que ha estudiado esa chica y en que trabaja. Respira debajo del agua y tiene una beca financiada por el Ayuntamiento. Ya sé cual es el disco que te ha grabado y que te dijo a la salida del concierto. A pesar de todo, no sabes que fueron dos minutos eternos para mi y a pesar de todo, me duele que pienses así . No debiste creerte nada cuando te dejé las cosas claras. ¿Te parece que yo puedo dejar algo claro? Soy más frágil que tú y más insegura. También hizo La última película, así que ten un poco de respeto, cabronazo. Te enseñó lo que era "La Gran Depresión" cuando eras un crío pero sigues soñando de prestado. Esa chica tan guapa también lo ha notado o lo hará. Y créeme: no será tan comprensiva como yo. Olvídate de sus ojos, olvídate de su cuerpo y no me la presentes nunca. He apagado la televisión. Corre hasta donde estoy. Hay una cosa aquí que puedes tener si te apresuras. Está tan húmeda que no va a preguntar por tus propósitos. No es esa cosa llamada amor pero se le parece.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Espero, sí, mañana.


No te sabría explicar las cosas, por qué pasan, "porque mandan"
Flotamos en un magma y eso lo sabemos, una cortesía preocupada.
Porfía por tus nervios, vigila por mis manos, escapan.

Te has sentado conmigo y como me aprietas con tu mirada,
algo libre habla.
Tan osado es no dar importancia a tu sonrisa como olvidar mis palabras.
Te las dije de noche o con ventana,
los detalles hoy no son importantes, espero que sí mañana.

"Porque sigues con tu vida",
por qué pasar tantas horas juntos nos afana en mantener la distancia.
Puede que sea una solución, pero no es sana.
Puede que te vuelva a ver tras un fin de semana, puede tanto como nada.

Los olores, las canciones, las familias, los reflejos que se pierden,
tus deseos y mis intentos.
Los caramelos, las amigas, las paradas, los zapatos que se pierden, ...
Las disculpas no son gratuitas ni formales,
sólo esconden mi respeto y mis ganas.

Cómo ha sido que me gustas tanto como te veo.
Dónde quieres que lo deje, en tu boca o en tu pelo.
Y cuándo terminará esto.
A la luz de los hechos, espero que sí mañana.