domingo, 16 de diciembre de 2007

Breve encuentro en la entrada de personal habilitado.


Vengo de nueva y sigo la corriente. No suelo mirar por la ventana más de lo necesario, pero flaqueo ante los impertinentes. Te veo, te llamo y digo hola con una sonrisa que es sincera como el frío. Un instante que sabe más que las cien palabras que no se dicen pero que acusa la necesidad de respiración asistida. De lo contrario, perece muy poco a poco. Puedes decirme que quedemos o puedes decirme que me quede contigo. La mordedura de la duda me escuece tanto... Ya lo sabes, chaval. La mordedura es reciente cada noche. Cuando tú piensas en mi, yo me defiendo como una gata acorralada. Pocas armas y menos voluntad.

Un encuentro de verdad es el que relata Fito entre él y Cecilia. Salgo entre la gente a saludar. Un encuentro cierto es cuando Cameron Diaz es una aparecida entre el tumulto y el gentío. Explosiones en la oscuridad y trampas para jugarte la vida. Apriétame bien las muñecas. Enciérrame y deja que se acabe el aire. Soy una escapista de campeonato. Me lanzo por la ventana buscando la eternidad y algo de abrigo y siempre encuentro muy poco. Un imperdible brillante abre el punto y desgarra la materia en su estado más elemental. Un flashback con intenciones para los chicos olvidados de los video-clips. Me cortas por dentro como cuando me haces mirar como una perdida. Como cuando se enternecen mis ojos y entras con una intención tan clara. Como cuando deseo que tus manos envuelvan las mías o acabo precipitándome. Lo demás, es otra cosa. Te lo digo yo, que te he llamado por tu nombre para que no pasaras tan de largo. Quieto te quedas y rompo tu agenda en dos. No es un corazón pero me vale.

Esa mañana, llevaba mucha magia en las yemas de mis dedos. Y más en mi gesto amable. Tenia o tengo novio pero había una guerra por delante. Aquí es donde comenzó todo una vez más: las llamadas, la furia de nuestras ganas, la timidez compartida, las cosas que ves en mi. He estado muy pero que muy impaciente por salir de aquí. Este es también mi propio infierno. Esta es la puerta y esos los hechos que me condicionan y me impiden coger lo mejor de ti. Aquella es mi entrada para personal habilitado. Me dicen que lo merezco y ya está. Qué gente tan cabrona. He sido abatida tantas veces que mi control de daños carece de medida y de utilidad. Pero tú me ayudas. Eres de esos chicos que no piensan que yo soy una de esas chicas. Soy de las tuyas. Encantadora, ya lo mires de este lado o lo mires del otro. “Bueno, nos vemos, o no llego. ¿Me llamarás? Ya sabes que estoy siempre aquí”. Sin doble fondo. Ha sido una desaparición nunca vista hasta ahora. Sácame del baúl del atrezzo, coge mi mano y llévame al escenario contigo. He de saludar. No al público, sino a ti.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Cálida Fornax.

Tengo un oscuro sentimiento de pertenencia que soy incapaz de explicar. Desde las tumbonas del nido familiar me paseo con cierta condescendencia por las ultimas hemorragias de naturaleza romántica. Siento un profundo odio por el rock and roll y por todo lo que sugiere o representa. Sin embargo, deseo temerosamente, que “ese alguien” me enseñe cómo de equivocada estaba. No puedo retener esta caricia salvaje que nace en mi corazón y que desborda y confunde a la gente que me rodea. Las luces de las tiendas de ropa, los sitios nuevos, los cines casi como hospitales, los apartamentos donde puedes quedarte a dormir, ... Son lugares tan sagrados en su fría y verdadera formalidad, que no puedo dejar de visitarlos. Van conmigo, ¿sabes? Hay algo cruel en todo eso pero no voy a pedir disculpas. Una falta de consideración con los demás. Un creer que lo tengo todo por miedo a equivocarme. Un morboso intento de menosprecio.

Hay un chico que me evita empecinadamente ante mis propios ojos. En una cafetería o comiendo, me evita aparatosamente, marchándose siempre, delante de mi. Sin saludar. Me llama tanto la atención que no sabría decirte. No sé si tiene que ver con ese “sentimiento”. Supongo que lo conozco de antes. Estuvo conmigo en una celebración o algún curso. Me lo presentaron hace cinco o diez años en una cena al filo de la conciencia de clase. No sé si me explico. Es inmune a esa “caricia salvaje”, a ese veneno irresistible que prensa mis creencias y antecedentes. Él era ayer lo que se supone que es hoy. Que impotencia siento, sabiendo que será mañana. Eso es el resultado. Cuando me despierto, y tras una perecedera chispa de libertad, muto en la causa de tanto estropicio.

Tengo tanto miedo de no tener plan para mañana, que por eso hablo de una forma tan atropellada. Quiero parecer la persona más normal del mundo en dos segundos. Y si en dos segundos suelto más de quince palabras, pareceré una chica que tiene miedo de no tener plan para mañana. Y si me miras ansioso o con una duda, vas a perder tu tren conmigo. Dime si eso es ser mala. Seguramente, si lo piensas así es que no has oído todo lo que te he dicho. Ahí estamos, volátil y voluntariosamente catastrófica. Adorable y llena de curvas. Cercano objeto de deseo y vida. Fanática de un estado de gracia que no puedo tolerar. Tan suave e inofensiva como tus palabras. Quién pudiera comprender lo que sucede dentro de mi cabecita. Voy a necesitar a Ben Lee, Joe Purdy, Stephen Kellogg o Josh Ritter para que me digan lo guapa que estoy hoy. O no. O me lo vas a decir tú.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Dinero para Dan.



Hizo lo que pudo. Es una buena idea. Es barato. Dan tuvo un parto la última vez que por el cable pasaron Espías como nosotros. El lector de cedés brindaba las notas finales de Phospate skin, consiguiendo que se agolparan caprichosamente los recuerdos de hace de veinte años en un receptáculo muy estrecho y muy oscuro.

Gracias a una letra de amor esperanzado, las imágenes se sucedian nutridas de nuevos significados. Dan era como Jay en el año 2020. También tocaba la guitarra en el año 2007. Incluso si se conocieran podrían empatizar por medio de un sentimiento mutuo: el del hermano pequeño ignorado y minusvalorado por los allegados, familiares y amigos. Podía hablar con Daniel, hábil corrector de estilo de la revista Turn e irreductible del centeno. Tan aficionado como era a los juegos de cajas y de cubos, hallaría las conexiones menos evidentes entre los dos. Escribiría unas notas que servirían como punto de partida para una historia como la que necesitaba contar. Podía ser algo así como Rocky V mezclado con Como ser John Malcovich. Realmente, Dan prefería inclinarse por Feeling Minnesota que incluía una de sus mejores interpretaciones y que guardaba con mucho cariño.

Era gracioso que Costa-Gavras se paseara por la cinta como un soldado ruso. Seguro que además estaba loco. John Landis era un hombre que tenia muchas ideas y a veces, se lucía tanto que se colocaba y le salían artefactos simpáticos pero llenos de agujeros. Por eso, cuando Dan sale de su apartamento dispuesto a hablar con Daniel sobre su proyecto pequeño, barato y sincero, lo hace con una hoja de excel, con cuadros y flechas aclaratorias y lo que parace ser un timming del proceso de ejecución. Ahora, los tiempos son de otro color. En los ochenta, se hubiera aparecido tranquilamente en el Spanish Harlem vestido de King of Boogaloo y con un letrero en el que se leyera “Dinero para Dan”. Hoy, lleva un esquema de una página y una guitarra con tendencia a los valses de sofá.

Cruza el portal y sale a la calle. Camina por la acera de los comercios, tropezando entre los transeúntes y las cajas de fruta. Así hasta el Metro, donde no deja de tropezar, esta vez, con más prisa porque no llega. Sólo necesita cinco minutos para hablar con Daniel. Los mismos cinco que él necesita para extraer el néctar de la “idea original” y lanzar el anzuelo en una reunión improvisada con el propietario de la revista. Una emboscada como las de los setenta, cuando lo que perdías era un trabajo en una cafetería y algún que otro beso en la penumbra de una sala de cine. Entonces, con los anzuelos se lanzaban las personas, sin expectativas y sin la misma precariedad laboral.

Hoy, es el día en el que al fin y al cabo, Dan decide si vuelve o no. Todos hablan de la suerte y de estar en el lugar y momento adecuado, pero aquí ya no queda espacio ni para que se produzcan casualidades. No tiene tiempo de comerse el mundo, sólo algunos hechos consumados. Esta noche, va a llamarla con una noticia distinta: “Estoy trabajando en ello y me voy a llevar una tajada de aupa”. Ella puede que se alegre por aquellos días tan buenos. En su voz, un reconocimiento de mil errores numerados correlativamente y la transparencia de un corazón roto. “Por favor, no me pidas disculpas por lo que hiciste o dejaste de hacer”. En el ascensor sube un hombre ardiendo con una carpeta de cartón en la mano. “Ey, me acuerdo de ti”. Suspiro. Vamos, vamos, vamos.

Saqueadores de caminos.


Putos saqueadores de caminos
Sois sebo a los ojos del Padre
Os persignaría con esta azada
Una brecha en la frente abierta como un escorredero
La sangre, el agua roya desbordando al pie de la gravilla
Las ovejas bebiendo vuestra sustancia viciada
Y las babosas aguantando el tirón de la sequía del labrado
Sólo habéis salvado vuestros ojos muertos
Un metro más después de un lustro, no es una herida para nadie
Menos para la Sagrada Familia
Antes de ser reducidos se llevarán a cien dragones por delante
Su aliento negro derramado entre las piedras
Ya no puedo contener tanta indiferencia
Parece que ha estallado una guerra
Ya no los ando nunca,
Se han llevado lo que guardaba desde hacía veinte años
Los trabajadores de la tierra, los asesinos de la tierra

Reconsidérame.


Reconsidérame por la mañana
Aduciendo motivos que me hagan sentir bien
Cuando tu sonrisa me acompaña
No pude esperar tanto para decirte...

Lo que supe de ti antes
Ya no quema como siempre
Estuve perdido ahora
Estaba como nunca, mira

Reconsidérame cuando te vayas,
Abrasa la luz de la luna
Qué pasa por dentro cuando callas
Tarde tanto en soltar las cuerdas que...

Lo que supe de ti antes
Ya no quema como siempre
Estuve perdido ahora
Estaba como nunca, mira

Empújame con la indiferencia
Encontrada bajo la almohada
Tras el último libro que leíste
No aprendiste nada

Reconsidérame cuando tengas un buen día
Pregúntame como estoy
O mejor, nada
Que si te sale solo, vuelvo a lo que se daba

sábado, 20 de octubre de 2007

Permeables.


El sol de las cinco de la tarde en la autovía
Llaman en El Prat al hombre que nunca estuvo allí
Los trenes que se pierden con desidia
Un suceso inexplicable como el polvo de ciruelas,
dispara las pupilas en un viaje con retorno
Guárdame los miedos del alma cansada
Fuerza mis muñecas de ávido de todo
Enseña tus créditos y rómpeme la cara
“Tuve ángeles” ayer, y hoy nada

Hay nuevos románticos en la cuneta
Desplazados del uso erróneo de los canales emocionales
Hijos de la permeabilidad más despiadada
Cuando el realismo es una responsabilidad,
todos los nuevos se precipitan al fondo
Hay salteadores de caminos
No salgas de noche o de día o sin mi
Hacen carrera contigo
Contesta si no es más cierto que pasaba por allí
Ando despistando entre mentes varadas
Amarrando mis enojos de torpe y nuevo recién llegado
Hay un asiento vacío y está ocupado
Es un regalo
Es un cuento
Es un sueño

Una chica se levanta de su sillón
Apila sus papeles y levanta su cabeza
Me dice que se va esta noche y que le encantan
“Qué como te quedas ahí parado”
“Qué como fuimos a habitar este absurdo”
“Es algo que te quería decir”
Considero la manera de no hacerte ningún daño
Voy a invocar al espíritu de mi abuelo o me quedo seco
No sé que pensará de este cachivache
Puede que me mande a cortar cañas
Puede que me sirva en bandeja por un recuerdo
Puede que me envíe a por esa chica

Explotan mis deseos a las seis de la mañana
Cientos de chispas crepitan en mi ojos
Un largo recorrido hasta la orilla más alejada de tu cuerpo
Una llamada en el aeropuerto
Veinte mil calles detrás de mi espalda,
caen hasta lo más negro de esa madriguera
Hay un búho
Hay una picaraza
Hay una madre erizo que cuida de sus hijos
Caen hasta que la tierra envuelta en raíces los frena
El mismo suelo que pise anoche,
cuando tú no estabas
Cuando no supe donde estabas
Cuando no quise saber donde
La onda expansiva aún me hace temblar
Considero la manera de no hacerte daño,
pero dime donde estás hoy

sábado, 6 de octubre de 2007

El entibo.


En la otra orilla caminas de prestado,
los segundos que te dejan son una ventana,
abierta de posibles y sueños arrastrados,
¿sabes cuanto queda hasta tu manzana?

Mi corazón de espirales está entibado,
vence desesperado como un salto de agua,
ajusta las vueltas de la palanca,
yace sólo entre el cemento y las arañas

No es una prueba de demolición controlada,
es un suspiro sucumbido bajo la herrumbre,
cuanto más aprietas a la canción fácil,
más lejos queda mi paz o tu casa

Mira, lanza una señal por debajo de la verja,
la recogeré con las manos limpias, ya sabes,
estaré faltando a mis principios como antes,
cuando no había nada por lo que entregarse

¿Me vas a dejar que deje de explicarme?
No tengo nada guardado, todo se sale,
todo se escapa por donde vino,
el mismo día que nos presentaron ya es distinto

domingo, 30 de septiembre de 2007

Shopgirl, revisitado.


Unos nervios razonables pero irracionales hacen que ella despierte a mitad de la noche completamente atribulada. El martes irán a ver una película y no sabe cual proponer. De principio, ya se ha planteado renunciar a su elección ya que no quiere morir de éxito o ridículo.

En el interior de su cabeza reproduce en una tabla con cuatro columnas y diez filas, los cuarenta resultados distintos que ofrece el final de una cita. Todos ellos, obtenidos tras la aplicación de los cuatro modelos de conducta habituales, a los diez escenarios comunes en un encuentro entre dos con posibilidades: confianza, nerviosismo, empatía y sublimación espontánea. Una película de Steve Martin guionizada por el mismo es una opción acertada, pues su combinación de ternura y humor inteligente, asegura en el orden de cuatro a diez resultados favorables, incluso, en la columna “confianza”. Una vez tuvo una historia que siempre desembocaba en la ansiada columna, pero ella sabe que no es por tendencia a escoger películas inapropiadas ya que siempre que intenta rellenar la tabla termina con dolor de cabeza, y aunque los demás no lo vean así, es una chica práctica y moderadamente romántica los domingos.

Y es de advertir también, que no siempre la funcionalidad nominal de la columna se corresponde con la virtualidad práctica de los resultados. Así, una relación prolongada en años y forzada en la tolerancia puede sostenerse perfectamente en un diagrama xy de prospera recta o en fotografías digitales de generosa definición. Por el contrario, el chico que trabaja dos mostradores a la derecha de ella, no detenta ninguna posibilidad latente. Sin embargo, es paciente con el publico y significativamente resuelto en ocasiones. Cuando él peina la planta en largas zancadas a la busca de un supervisor o bien, a fin de reponer un producto agotado, ella puede verle entregado y pleno. Asume el papel de extrema cortesía sin aspavientos y cree cuidarla o al menos vigilarla, cariñosamente preocupado.

Él también puede verla entregada y plena cuando peina la planta en pequeñas y encantadoras zancadas. Indiscutiblemente resuelta en el desempeño de su trabajo y solidaria con los demás como no se conocen dos, le gustaría invitarla a salir. Ir a un sitio, lejos de la planta, donde después de abrirle la puerta poder retener su olor durante más de tres segundos. Donde pueda mirarla sin interferencias y sin miedo al desastre. Donde pueda saber de sus cosas de otra manera. Podría llevarla de paseo el día que muere el otoño. Entre los frutales centenarios ha sido testigo en algunas ocasiones de un suceso extraordinario, no sólo porque poca gente lo conoce sino porque es realmente llamativo. A media mañana, cuando las hojas cansadas y cumplidoras llueven sobre la hierva recubierta de manzanas, el campo se transforma en un imponente palacio natural de ocres y verdes. Entonces, si tienes la suerte de que los rayos de luz venzan la blanca película de la niebla, el sol prende el rocío y la fruta que paciente espera servir de abono, recupera su reflejo amarillo. Justo ahí emergen las abejas, que como una nube dorada y protectora conectan a cada árbol en un milagroso reporte de energía. Ellas saben que les dio la vida a puro de arrojar manzanas que no podían servirse en la mesa. El favor se lo devuelven de esa manera. Y quizás le arrancaría otra sonrisa, otra que guardar como hace con todas las suyas. No está mal para un chico que es como un niño con serios problemas de relación.

Mientras tanto, ella continua con su diatriba. Parece que va a escoger la cinta del cómico de pelo blanco. Ello le va a permitir aferrar dos o tres comentarios ocurrentes al hilo de la pericia novelesca del susodicho. Es un dato desconocido y a ella le encanta hacerlo saber porque hay pocas cosas de las cuales una puede estar segura y esa es una de ellas: alberga sanas esperanzas de que en unos diez años puedan otorgar el premio Novel a Steve Martin. Está afirmación, dicha con gesto amable no genera un desconcierto irónico sino ocho resultados favorables en las columna “empatía”. En otras ocasiones ha probado varios resortes con lo que vincular esos ocho resultados pero ninguno de ellos a germinado oportunamente. Por el contrario, no hay posibilidad de fallo con una aseveración tan rotunda. Quizás él conozca si retransmiten la gala por televisión al igual que hacen con los Oscars. Si lo hacen, le gustaría calzarse en su sofá y saborear ese momento brillante mientras disfruta de su estampa de pionera bondadosa.

Ahora, debe vaciar su cabeza y dormir esforzada. No hay ninguna película ni tampoco libro, que tras su posterior procesamiento arroje más de un resultado favorable en la cuarta columna, pues como si fuera un laberinto trazado con setos y flores que requieren ser admiradas, ha olvidado la verdadera finalidad de encontrar una salida en ese entretejido de situaciones cotidianas. Parece terrible pero no lo es tanto para una chica acostumbrada a tratar con una clientela tan dispar. Esa noche, augura una luz sanadora y cierta desconfianza en las matemáticas.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Las mismas intenciones.


Vi a Peter Bogdanovich haciendo de gangster. ¿Te quedarás conmigo? Por favor, lo vi pero no quería. Entiéndeme, no pasaban nada por la tele. No hacían cosas que pudiéramos comentar y de las que extraer ideas interesantes. A ti te gusta lo mismo que a mi pero no había nada sobre lo que discutir y por eso lo vi, te lo prometo. Venga, quédate y ábreme las piernas. Salía esa actriz que te pone tanto. Quizás quieras pensar en ella. Soy morena y también tengo una peca en la mejilla. Soy parecida: más que andar, troto los diez metros lisos de soledad en mi sala de estar. Lo hago de madrugada y de mañana, cuando duermes exhausto y cuando te haces notar como un extraño. Fíjate que hoy me he pasado un poco. Un poco, nada más. Pero sigo trotando para ti. Qué bonito que podamos compartir tantas cosas aunque cuanto cunde esta decepción.

El sábado pasado, cuando vimos en el cine esa película china sobre la necesidad humana de romper con lo inmutable, todo el mundo se estremecía. Los largos silencios y las palabras afiladas y acicaladas tenían como pretensión dejarte con las manos llagadas. Tú, sólo te quedas con lo bueno. Esas simas que supuran sangre. Que hay de lo otro. De lo erróneo, de lo inadecuado, de lo ridículo, de lo cobarde. Y quien era esa chica de camiseta gris y pantalón verde. La recuerdo de cuando fuimos a ver a Dominique A. Su cabello corto y castaño la hacían irresistible y gemía y musitaba entre risas de plata. Era una rosa negra y tu eras un pequeño busto parlante. Estaba más pendiente de la barra que de otra cosa y yo estaba más pendiente de ella que de ti. Casi muero sepultada bajo un ritmo sincopado.

¿Por qué tardaste tanto en volver del baño? El acomodador terminó por mirarme mal. Lo mismo debió pensarse que me quería colar para volver a ver este suspiro oriental envuelto en papel de regalo. Cuando era pequeña, fui a ver con mis padres Los Intocables de Elliot Ness. Llegamos tarde y no supimos que una tienda había sido reventada por una bomba. Un conocido que trabajaba en la sala insistió en que volviéramos a entrar en la siguiente sesión para así poder ver el comienzo de la película. El principio de todo no era el principio de nada y el fuego y los cristales, asolaban el fotograma ante decenas de rostros expectantes. Mi cara se iluminaba por la explosión pero eso no significaba nada. Ni siquiera que te iba a conocer. Otra vez. No te mosquees pero no sé que mierda me estas contando. ¿Qué son esos libros? ¿Un “maldito” de los años cincuenta cuya obra se recupera en una edición inmaculada? Era homosexual y lúcido. Un buscador pleno en las arenas tenebrosas de la vida. ¿Dónde vas a ir con esto? Al fondo de mi pecho o a mi sexo de mermelada. O es que acaso quieres regar mi espina. Tienes tan pocas opciones que casi creo que te veo venir.

Ya sé que ha estudiado esa chica y en que trabaja. Respira debajo del agua y tiene una beca financiada por el Ayuntamiento. Ya sé cual es el disco que te ha grabado y que te dijo a la salida del concierto. A pesar de todo, no sabes que fueron dos minutos eternos para mi y a pesar de todo, me duele que pienses así . No debiste creerte nada cuando te dejé las cosas claras. ¿Te parece que yo puedo dejar algo claro? Soy más frágil que tú y más insegura. También hizo La última película, así que ten un poco de respeto, cabronazo. Te enseñó lo que era "La Gran Depresión" cuando eras un crío pero sigues soñando de prestado. Esa chica tan guapa también lo ha notado o lo hará. Y créeme: no será tan comprensiva como yo. Olvídate de sus ojos, olvídate de su cuerpo y no me la presentes nunca. He apagado la televisión. Corre hasta donde estoy. Hay una cosa aquí que puedes tener si te apresuras. Está tan húmeda que no va a preguntar por tus propósitos. No es esa cosa llamada amor pero se le parece.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Espero, sí, mañana.


No te sabría explicar las cosas, por qué pasan, "porque mandan"
Flotamos en un magma y eso lo sabemos, una cortesía preocupada.
Porfía por tus nervios, vigila por mis manos, escapan.

Te has sentado conmigo y como me aprietas con tu mirada,
algo libre habla.
Tan osado es no dar importancia a tu sonrisa como olvidar mis palabras.
Te las dije de noche o con ventana,
los detalles hoy no son importantes, espero que sí mañana.

"Porque sigues con tu vida",
por qué pasar tantas horas juntos nos afana en mantener la distancia.
Puede que sea una solución, pero no es sana.
Puede que te vuelva a ver tras un fin de semana, puede tanto como nada.

Los olores, las canciones, las familias, los reflejos que se pierden,
tus deseos y mis intentos.
Los caramelos, las amigas, las paradas, los zapatos que se pierden, ...
Las disculpas no son gratuitas ni formales,
sólo esconden mi respeto y mis ganas.

Cómo ha sido que me gustas tanto como te veo.
Dónde quieres que lo deje, en tu boca o en tu pelo.
Y cuándo terminará esto.
A la luz de los hechos, espero que sí mañana.

sábado, 25 de agosto de 2007

El deseo de ser Brenda Loring.



No conozco tanta gente amable por eso fue agradable y hasta interesante que en un ambiente tan poco propicio para mi supervivencia personal y social me comentara algo que yo había defendido con manifiesta vehemencia en mi anterior blog. Claro está, que no conocía mi anterior blog porque sólo lo habían leído cinco personas y él, no era ninguna de ellas. Además, esas personas, si bien son en un setenta por ciento muy amables todas opinaban lo mismo que yo. No soy buena contadora y mis aptitudes para moverme sobre un “centro de atención” no es que dejen mucho que desear sino que no se desean. No se desean porque he acotado de una manera muy estricta cuales son mis maniobras y movimientos y la zona acordonada la he fomentado con persistencia y también, con alguna salida de tono.

Mi amiga Eli lo sabe y a veces, cuando nos presentamos en fiestecillas o encuentros prevenidamente espontáneos entre grupúsculos de sexos diferentes, me suele presentar como se debe presentar a los artistas de éxito insospechado cuyo arte nadie comprende. Ella, lo hace para protegerme y para disculparme pero eso no sirve de nada. Ya le he dicho que esa actitud me empequeñece porque no soy nada underground ni nada alt. y aunque me confunden con una de ellas, se supone que por mis gafas y por la ropa que visto, no me puedo comportar como tal.


En una ocasión, fatídica, quise llevar mi papel donde Eli no había podido y me introduje sin los utensilios precisos en una conversación sobre Miles Davis. Dije algo sobre como se te entumecen los carrillos cuando soplas la trompeta y fue como el último gran oso blanco corriendo por una estepa desnuda de vegetación y acosado por una jauría de cazadores por deporte. Sobra decir que me abatieron antes de que alcanzara la alambrada. En cualquier caso, dicha alambrada me hubiera freído porque aparentemente estaba electrificada. Eli, me reprendió cariñosamente. Tiene muchas cosas buenas y una de ellas es su paciencia de Gran Jefe. Cuando parece que se han acabado todos los víveres siempre es capaz de sorprenderte (y ayudarte) con una golosina que al menos, te mantendrá hasta el día siguiente. En realidad, ella me presentó a ese chico.

A mi me gusta jugar con los imanes de las neveras y por eso me había distraído en la cocina cuando intenté ayudar con los postres. Esa hipnótica energía que desafiaba la fuerza gravitacional. Aquello era demasiado: Roma ciudad eterna, Formentera, Benasque mágico y Recuerde cerrar el frigorífico, la nueva era glacial te lo agradecerá. Eli me sacó del Pirineo de un tirón de manga y me presentó al comentarista audaz que mira por donde, era el anfitrión y el que soportaba los costes fijos del evento. Mientras los comensales y los bárbaros daban buena cuenta de las últimas pastas y tras exprimir mi airada defensa de Los Pilares de la Tierra mediante argumentos que, por supuesto, él no compartía, nos encontramos en su dormitorio donde al parecer y como pude ver, además de su cama, tenia sus discos, sus películas y sus libros.

Como le había hecho saber que leer era mi afición predilecta, la que cuidaba y protegía de la perversa rutina, quiso prestarme un libro. Una vez más, tuve que confirmar para mis adentros lo agradable que era. Miré la cama y pensé en si esa noche podíamos terminar enrollados. Me lo imaginé besándome cuando volvió a insistirme en que escogiera un libro. Yo no me lo iba a leer, quizás lo intentaría pero había muchas probabilidades de que ni siquiera superara el primer capítulo. Con este condicionamiento en la cabeza, me incliné sobre una de los estantes de la librería e intentando evitar las editoriales que me deprimían, peiné de un vistazo los ejemplares que lo llenaban. Finalmente, opté por el volumen más escueto. Podía leerlo rápido y en caso de que no se lo devolviera, no iba a suponer ninguna pérdida sensible. Era un libro titulado El Manuscrito Sangriento y que supuse una novela policíaca. Me lo entregó y lo adornó con el comentario de que formaba parte de una serie de novelas sobre un detective llamado Spenser que hace años, trasladaron a una serie de televisión. “¡Sí hombre, la de Robert Urich!”, exclamé. “¿Conoces al autor?”, me dijo muy serio. Sin tener ni idea de quién era le contesté: “Sí, es el jodido Robert B. Parker”. Y los dos nos echamos a reír.

A la mañana siguiente, una vez más, la ley de la gravedad había sido derrotada. Si la noche anterior había una pequeña posibilidad de que leyera la novela que me había dejado, hoy ya lo tenia muy claro. Nunca se la devolvería o bien, se la daría en algún momento inofensivo para los dos. Con mi vaticinio convertido en hecho, abrí el libro por su ultima página y leí en voz alta: “Miré el cuadrante luminoso de mi reloj: 6.45. Me sentía fatigado y agotado. Pero tenia la certeza de que no podría pasar la noche solo sin ponerme a gritar de manera incoherente a las tres de la madrugada. El reloj marcaba las 6.55. Encendí la luz y me quité el reloj. Dentro de él todavía tenia escrito Brenda Loring, 555-3676. Marqué el número, ella contestó. Hola, dije. Me llamo Spenser, ¿se acuerda de mi? Se puso a reír a carcajadas; era una risa fantástica y con clase. Tenia los hombros anchos y los ojos bonitos, recuerdo. Se puso a reír de nuevo. Una risa sana, llena de promesas. Una risa de puta madre cuando pienso en ella”. Quise que mi risa sonara así y fue un momento bastante patético. Evidentemente, él, ni siquiera había leído la última página.

Las estaciones.


El otoño me desbordaba, suerte y sorpresa, la luz intensa que llamaba a mi puerta, “no desaparezcas y me dejes dormida entre la broza seca”
Me das a entender y me das alimento, me das algo que conservar y algo que perder

El invierno me preparaba, los sueños montados en una cometa de papel y tu voz minando mis ataques de incertidumbre

La primavera no me superaba, me equivocó mil veces, ecos ahogados en conatos de buen tiempo y suspiros que no hacían la carga más liviana

El verano me maltrataba, hallando jardines en rincones plagados de alimañas, ruinas de las que brotaban cosas que respiraban, flores que dibujaban estrellas enfermas, de esas que jamás regresan

Las estaciones son el diario de los esfuerzos estériles y un marcador cruel
Abro la ventana, el sol, cegador
Debería estar feliz pero te echo de menos y no vuelve la tristeza a mirar para otro lado

viernes, 24 de agosto de 2007

Pendleton.




Tengo el nuevo disco de Buffalo Tom. Es como si volvieran a casa. A la mía, pequeña, estrecha, aparentemente iluminada, moderadamente acogedora. Tengo un balcón y puedo salir y asomarme de cuerpo entero mientras los escucho. Es lo mejor de este espacio, discreto y panorámico. Además, la gente no me ve. Los repartidores son replicantes con visado ilimitado de acceso a las calles peatonales. Me inquietan, amenazan con atropellar a los viandantes. Unos serios y otros relativamente sonrientes. Hay pocos porque es sábado, casi la hora de comer y los suministros ya estarán asignados a sus respectivos. No debería tener que explicar porque suceden las cosas pero el encuadre que me proporciona el balcón me obliga a ello. De otra manera, me expongo al vacío mas absoluto pues no me ven, no reparan en mi, ni me saludan con un gesto de cabeza.





Tengo que comer pero eso será mas tarde. Después de que me termine las uñas y algún que otro pellejo de piel. Voy a dejar ese libro a mitad o así. Ayer, cuando regresé de ver a mis tíos y encendí el móvil, no había ningún mensaje y eso me dejó mal. Creo que adolece de verborrea del alma y eso es lo peor que se puede tener. No es culpa suya, la familia, los amigos, le han sembrado de consentimientos, tiene el mismo visado ilimitado que los repartidores. Y a mi, me ha atropellado. No lo vi, se me echó encima con evidente desprecio a la vida. Él se excusa con la observancia de pequeñas normas de salón. Te blindas y te crees todo lo que te viene de dentro. No me escucha. Es un suicida bochornoso, se arrastra hasta mi falda y en posición fetal repite una oración insoportable.





Voy a escucharlos desde el sillón. Desde el balcón me hiere tanto situacionismo. Cuando suena Pendleton me encojo por dentro porque me siento así. Bill Janovitz era todo testosterona apasionada y no dejaba que miraras a nadie más. Hoy me fijo en ese otro chico, sigue teniendo la misma voz que hace diez años. Pero ahora, escucho como le tiemblan las cuerdas vocales y en esa canción parece que encendió el móvil y no tenia ningún mensaje. Hay mucha soledad expuesta a la luz del día en ese tema. No me queda más remedio que encogerme también por fuera, recoger las piernas, abrazarlas y tolerar este soplo helador. Tengo exámenes por corregir. ¿Adivinarán donde estuve el fin de semana cuando les entregue los resultados? Posiblemente imaginen que estaría con el cuerpo lleno de pliegues y colmando mis cajas de resentimiento. Se equivocarán. Mira como termino con esto, se hunde hasta las entrañas más recónditas. Y con todas las cosas que tengo que hacer aún.

Fidelidad.


Todo el mundo opina en la distancia, se lleva contemplar de refilón
Es la cuenta atrás lo que me hace rozaduras en los talones
En las estanterías y en los cajones abiertos se abre la veda de las oportunidades
Ya sabes lo que vas a encontrarte cuando salgas de ahí: un cielo roto excusándose por no ser tan abierto

Explícame lo que aprendiste dentro: cómo era el agujero, cuantos ojos brillaban en la oscuridad, las medidas de tu angular improvisado
Todo eso te va a servir, todo eso me va a servir para que alientes mis planes

Me pierde tu corazón lo-fi, me cuenta más cosas de las que dices con palabras o con las manos
No habla tu idioma y por eso no está tan asfixiado como tú por encontrar una foto de catálogo
No quiere que le aguante la mirada ni unas vacaciones
Escupe esos delirios ¿No ves que le haces daño?

Lo que necesitas es abandonar esa causa
Yo, ya lo he hecho

jueves, 23 de agosto de 2007

Nana de cristales rotos.


Hay temas que merecen (deben) ser afrontados de una vez por todas, con la entereza que demandan. “De una vez por todas”, y tirito de miedo cuando repito esas palabras mentalmente. Hay temas, hay cuestiones; las hay y son inevitables. Una de ellas es la de las drogas. Son y también las hay. Duras, blandas, húmedas, invisibles, intimidantes, serpenteantes, respetuosas, humillantes. Espejismos sedantes enredados en las entrañas de mi vida como las malas hiervas. Embelesándome y arañándome con sus delgadas ramas llenas de hojas punzantes. Hacen sangrar mis ojos hasta en la mañana más clara.

Hay momentos que están para pedir ayuda y hay otros que lo están para meter la cabeza en el agujero más negro que existe. Me ofrecieron auxilio. Querían que leyera a Lucía Etxebarria y que escuchara a Annie DiFranco pero todo eso no era para mi, sólo era un parche en mis intentos de moderar mi legitimidad de independiente. Prefería a Paulina Rubio o Jennifer López y su aceptación tácita del arrojo femenino. La lucha cruenta por mi equilibrio la ganan los débiles de espíritu. Éstos son los que más me convienen, con sus cascabeles y regalos, con sus camisetas-anuncio y sus miradas solventes, con sus enérgicas recomendaciones y con sus papeletas premiadas. Annie no los comprende porque es lesbiana y Lucía porque es demasiado inteligente. Yo los adoro, me hunden en una ignominiosa visión de mi persona. Me reconfortan y me animan, no son falsos sino necesitados. Yo también lo estoy y por eso los acompaño.

Entono un mea culpa y siento vergüenza después de cada viaje. ¿Esto no es lo que quiero? Sé lo que quiero y es que termine. Desengancharme mientras esté a tiempo. Me inquieta lo que pueda pasar en mis horas de necesidad si no echo mano de mis pequeños cristales. Son pequeños, dulces y saben a libertad. Te lo juro. No es la dilatación, es un arrullo sano que me deja dormir por las noches.

De lunes a martes.


Estaba aseada y terminada cuando la perdiste de vista
Hablaba solo con las plantas y los camareros
Siempre como una huida escurridiza fuera de pistas

Cuando las luces se apagaran quería verte a su lado
La ingenuidad es lo último que se pierde
Le dejaste una nota que decía “no voy con egos desalinizados”

De un lunes a un martes se pierde un mundo entre los dos
Cuando te acompañaba a tu casa lo veía
Torpes pretextos tiñendo el cielo
Lo bueno, malo por breve, ya le escocía

Espera en estaciones viejas llenas de ruido y gente
Aguarda verte llegar y una llamada furtiva
Ya le advirtieron que las aves como tú jamás están pendientes

Románticos sin esperanza.


Le rugían tanto las tripas que no podía oír su respiración. “No te vayas esta noche” y se había quedado soñando con los ojos abiertos. No fue el sonido amenazado y sincero de su voz al pronunciar esas palabras sino que surgió así, de repente. Algo que cumplir con decisión. Estaba tumbada, concentrada en el techo de minuto en minuto, y el grueso del tiempo, lo dedicaba a mirar como dormía. Estaba todo más tranquilo de lo que acostumbraba en sus horas de necesidad. El sonido de la calle era insoportable, los ruidos de los motores rugían al pasar bajo la ventana queriendo llamar la atención groseramente. Sin embargo, toda la retahíla de quejidos mecánicos y disonantes habían terminado por ser devorados en Cole’ s Corner. Hacía dos horas que había dejado de girar pero el convincente murmullo había vertido toda su resignación en el ambiente; utópico como siempre aunque esta vez, fue determinante. Al mirarlo pareciera como si se hubieran volatilizado todos los inconvenientes, no había excusa en la que ampararse. Tenía el motivo que necesitaba y más tiempo del que pudiera contar. El chico pensó que iba a dejar de perder el tiempo y la chica soñó que lo abrazaba por la mañana.

Autoagresión.


Celos como zarzas enmarañadas en la madre insatisfacción
Corriendo sin sentido y sin expectativas por esos días de provecho
Cuando dejé de mirarte me perdí, perdí mi voz, perdí mi voluntad
Me abraso sin pensar en el por qué
Me escondo detrás de mi
Es una autoagresión, no es la primera vez que lo hago

El hoyo.


Hasta el cuello de pretextos
Hasta debajo del puente que comunica tu edredón con tu sexo
Ando en busca de pistas

Hasta arriba de espejismos
Hasta perder la confianza en los silogismos hice estupideces
Sin contar con las consecuencias

Hasta decir basta
Hasta que la fuerza nos acompañe en los días malos
No sé que haré con las pistas y las consecuencias

Voy al hoyo
Uno, dos
Me creo mis propias mentiras
Tres, cuatro
No tengo más sueños de rana que gastar

El sitio conocido.


Empiezo a encontrarme en el sitio conocido
Empiezo por ti
Es un vínculo corriente
Conmigo sigo y tú de espaldas al teatro con los trastos del día
Quiero empezar por el aguacero, salir a la calle, que me lleves las bolsas