viernes, 24 de agosto de 2007

Pendleton.




Tengo el nuevo disco de Buffalo Tom. Es como si volvieran a casa. A la mía, pequeña, estrecha, aparentemente iluminada, moderadamente acogedora. Tengo un balcón y puedo salir y asomarme de cuerpo entero mientras los escucho. Es lo mejor de este espacio, discreto y panorámico. Además, la gente no me ve. Los repartidores son replicantes con visado ilimitado de acceso a las calles peatonales. Me inquietan, amenazan con atropellar a los viandantes. Unos serios y otros relativamente sonrientes. Hay pocos porque es sábado, casi la hora de comer y los suministros ya estarán asignados a sus respectivos. No debería tener que explicar porque suceden las cosas pero el encuadre que me proporciona el balcón me obliga a ello. De otra manera, me expongo al vacío mas absoluto pues no me ven, no reparan en mi, ni me saludan con un gesto de cabeza.





Tengo que comer pero eso será mas tarde. Después de que me termine las uñas y algún que otro pellejo de piel. Voy a dejar ese libro a mitad o así. Ayer, cuando regresé de ver a mis tíos y encendí el móvil, no había ningún mensaje y eso me dejó mal. Creo que adolece de verborrea del alma y eso es lo peor que se puede tener. No es culpa suya, la familia, los amigos, le han sembrado de consentimientos, tiene el mismo visado ilimitado que los repartidores. Y a mi, me ha atropellado. No lo vi, se me echó encima con evidente desprecio a la vida. Él se excusa con la observancia de pequeñas normas de salón. Te blindas y te crees todo lo que te viene de dentro. No me escucha. Es un suicida bochornoso, se arrastra hasta mi falda y en posición fetal repite una oración insoportable.





Voy a escucharlos desde el sillón. Desde el balcón me hiere tanto situacionismo. Cuando suena Pendleton me encojo por dentro porque me siento así. Bill Janovitz era todo testosterona apasionada y no dejaba que miraras a nadie más. Hoy me fijo en ese otro chico, sigue teniendo la misma voz que hace diez años. Pero ahora, escucho como le tiemblan las cuerdas vocales y en esa canción parece que encendió el móvil y no tenia ningún mensaje. Hay mucha soledad expuesta a la luz del día en ese tema. No me queda más remedio que encogerme también por fuera, recoger las piernas, abrazarlas y tolerar este soplo helador. Tengo exámenes por corregir. ¿Adivinarán donde estuve el fin de semana cuando les entregue los resultados? Posiblemente imaginen que estaría con el cuerpo lleno de pliegues y colmando mis cajas de resentimiento. Se equivocarán. Mira como termino con esto, se hunde hasta las entrañas más recónditas. Y con todas las cosas que tengo que hacer aún.

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