jueves, 23 de agosto de 2007

Nana de cristales rotos.


Hay temas que merecen (deben) ser afrontados de una vez por todas, con la entereza que demandan. “De una vez por todas”, y tirito de miedo cuando repito esas palabras mentalmente. Hay temas, hay cuestiones; las hay y son inevitables. Una de ellas es la de las drogas. Son y también las hay. Duras, blandas, húmedas, invisibles, intimidantes, serpenteantes, respetuosas, humillantes. Espejismos sedantes enredados en las entrañas de mi vida como las malas hiervas. Embelesándome y arañándome con sus delgadas ramas llenas de hojas punzantes. Hacen sangrar mis ojos hasta en la mañana más clara.

Hay momentos que están para pedir ayuda y hay otros que lo están para meter la cabeza en el agujero más negro que existe. Me ofrecieron auxilio. Querían que leyera a Lucía Etxebarria y que escuchara a Annie DiFranco pero todo eso no era para mi, sólo era un parche en mis intentos de moderar mi legitimidad de independiente. Prefería a Paulina Rubio o Jennifer López y su aceptación tácita del arrojo femenino. La lucha cruenta por mi equilibrio la ganan los débiles de espíritu. Éstos son los que más me convienen, con sus cascabeles y regalos, con sus camisetas-anuncio y sus miradas solventes, con sus enérgicas recomendaciones y con sus papeletas premiadas. Annie no los comprende porque es lesbiana y Lucía porque es demasiado inteligente. Yo los adoro, me hunden en una ignominiosa visión de mi persona. Me reconfortan y me animan, no son falsos sino necesitados. Yo también lo estoy y por eso los acompaño.

Entono un mea culpa y siento vergüenza después de cada viaje. ¿Esto no es lo que quiero? Sé lo que quiero y es que termine. Desengancharme mientras esté a tiempo. Me inquieta lo que pueda pasar en mis horas de necesidad si no echo mano de mis pequeños cristales. Son pequeños, dulces y saben a libertad. Te lo juro. No es la dilatación, es un arrullo sano que me deja dormir por las noches.

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